lunes, 10 de junio de 2013

Cerebros

Paco (para el ejemplo nos vale) o Fermín, Confucio. El típico amigo que le falta un verano, que es un poco simple. Ese que todos tenemos o que incluso en algún grupo de colegas somos nosotros mismos. El idiota, vamos.

En el grupo de amigos todos lo sabéis, que el muchacho se esfuerza y que se le tiene cariño, que es buen tipo y se le quiere. Pero eso: es tonto.

Se forma alrededor suyo una especie de espiral de corrección. Como si el dato no existiese. Osea, la realidad está ahí, pero se obvia constantemente. Entre los amigos, nunca se es tonto. Simplemente: se es "muy buen tipo", de esos que "te descojonas con él" etcétera, etcétera. La idea de que además de eso seas tonto queda totalmente fuera de la ecuación. Como si ser idiota fuese algo totalmente excluyente de pertenecer a esa selecta sociedad de buenísimas personas.

Por la cosa de ir más allá, de repente, en una charla alguien insinúa sin darse cuenta la posibilidad de que Paco no sea ningún lumbreras. Es en ese momento cuando toda la maquinaria de la espiral de corrección empieza a funcionar y, rápidamente, alguien dice:

-Bueno, pero en el fondo, Paco es un tipo muy inteligente...

Acto seguido se empieza a relatar alguna gran hazaña de Paco: como el día en que aprendió el solo a conectar el video, o a mover las piezas del ajedrez. Si, esas cosas.

Cada vez que esto ocurre, la fuerza de la espiral de corrección hace que el cerebro de Paco se amplíe, hasta ponerse justo a un nivel por encima de los de todos sus amigos. Al final, el idiota es superior. Que cosas ¿eh?